Me despierto en alguna casa que es la mía a veces, otras no... Marikitti organiza algún evento en este lugar y yo me dispongo muy contenta a ayudarla, a Maríkitti uno la ayuda con gusto... entonces tocan el timbre y me toca ir a atender, es como una especie de pasillo, algo medio a la intemperie: "¿quién es?" pregunto, como de costumbre, "Esther", responden del otro lado... estoy un poco confundida, es imposible que sea ella. Abro y hay gente que no conozco, que saluda y entra, más y más gente... no la veo... cierro y pienso que fue mi imaginación. Entonces la veo a Lois, hablamos de algunas cosas y le pregunto por ella "si, ahí está", me dice con toda naturalidad... y ahí está, en un rincón, chiquita, como siempre, pero esta vez de pie, con una cartera en la mano, se la ve confundida... agarra su cartera y se sienta en el piso, como con miedo... en el rincón... ¿miedo a qué?
"Pero la tía me mandó un mensaje que decía que..."
"Si -dice Lois- a mí también, pero está acá...". Me dice con una naturalidad escalofriante... Marikitti no agrega nada más.
¿Maldad? ¿Confusión?
No puedo dejar de mirarla... todos los scons y las tortas de nuez, los domingos con Coca-cola, los sandwichs de cerealitas con manteca que apretábamos para hacer salir los "gusanitos", el regalo de mis quince, las migas para los pajaritos y los chupadores de la batidora que "le robábamos" cuando hacía de cuenta que no miraba, los regalos de Avon, las frambuesas y tomates que agarrábamos del patio "¡no coman de la planta que están calientes y les va a hacer mal!" Sus secretos de cocina y su "vayan con juicio"... Sus mates.
Lloro.
Ahí está todo eso otra vez en esa mujer chiquita del otro lado de la mesa. Pero no me puedo acercar a darle un abrazo, a darle las gracias, a pedirle perdón. Y vuelvo a llorar y a enojarme. Pero no me quiero enojar, porque cuando me enojo me despierto y entonces ya no la voy a ver más...
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